El Dios de la Vida. Fiesta de la Santísima Trinidad

Santo Evangelio según San Juan 16, 12-15. La Santísima Trinidad (C) (Domingo siguiente a Pentecostés)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. Él me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes”.Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Creer en la Trinidad es creer que el origen, el modelo y el destino último de toda vida es el amor compartido en fraternidad. Si estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, no descansaremos hasta que podamos disfrutar de ese amor compartido y encontrarnos todos en esa “familia”, en la que cada uno pueda ser él mismo en plenitud, feliz en la entrega y en la solidaridad total con el otro. Celebramos a la Trinidad cuando descubrimos con gozo que la fuente de nuestra vida es un Dios-familia, Dios-comunidad, y cuando nos sentimos llamados desde lo más íntimo de nuestro ser, a buscar nuestra verdadera felicidad en el compartir, en el amar, en la fraternidad, en ser imagen de Dios.

Qué triste sería que este día de La Trinidad, nos quedáramos solos y encadenados a nuestro egoísmo. Habrá que abrir el corazón y los ojos para experimentar y hacer experimentar este Dios amor. Ojalá vengan a cada uno de nosotros muchos cuestionamientos: ¿Cómo puedo hacer que se refleje mucho más claramente en mi vida cristiana el ser “comunitario” de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo? ¿En qué aspectos concretos de mi vida se manifiesta el misterio del Dios trinitario como amor y vida?  ¿Cómo podría abrirme más a la acción del Espíritu de la Verdad en mi vida, para que me lleve a un conocimiento existencial y actualizado del evangelio de Jesús? Mons. Enrique Díaz

Cultivar asiduamente nuestro trato con el Espíritu Santo

Santo Evangelio según San Juan 14, 15-16. 23-26. Pentecostés

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos; yo le rogaré al Padre y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad.El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió.Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas, y les recordará todo cuanto yo les he dicho”. Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«Yo le rogaré al Padre y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes» ¿Puede haber una frase más consoladora que esta? Al pensar en estas palabras que Jesús pronunció a sus discípulos, podemos imaginar cuánto amor encierra esta afirmación. Él rogará por nosotros, así nos lo dice, pero tenemos que leer en primera persona estas palabras; nos habla a cada uno de nosotros de forma particular. Él nos dará  alguien que nos guíe y que no nos dejará solos jamás. Y nos toca a nosotros ahora no abandonarlo, o mejor dicho no creer que con nuestras propias fuerzas podremos superar todos los obstáculos «No permitan que el mundo les haga creer que es mejor caminar solos. No cedan a la tentación de ensimismarse, de volverse egoístas o superficiales ante el dolor, la dificultad o el éxito pasajero» Papa Francisco, mensaje para los jóvenes de Lituania.
«El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada». Somos morada del Espíritu Santo, eso es un regalo que se nos hace a partir de Bautismo. A partir de ese momento somos templo donde habita la Trinidad Beatísima. Por tanto, debemos cultivar en nuestra vida cotidiana el trato asiduo con Dios, pero no con formalidades rígidas que nos puedan asemejar con un fariseísmo, sino que debemos cultivar el trato filial, amoroso y sincero con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios es una «familia» de tres Personas que se aman tanto que conforman una sola cosa.

El Papa nos dice al respecto:
«Mediante el Bautismo, el Espíritu Santo nos ha insertado en el corazón y en la vida misma de Dios, que es comunión de amor. Dios es una “familia” de tres Personas que se aman tanto que forman una sola cosa. Esta “familia divina” no está cerrada en sí misma, sino que es abierta, se comunica en la creación y en la historia y ha entrado en el mundo de los hombres para invitar a todos a formar parte de ella. El horizonte trinitario de comunión envuelve a todos y nos estimula a vivir en el amor y en el compartir fraterno, seguros que allí donde hay amor, allí está Dios.» (Santísima Trinidad, ángelus del Papa Francisco, 22 mayo, 2016)

Ustedes son testigos de esto

Santo Evangelio según San Lucas 24, 46-53. Ascensión del Señor (C)
En aquel tiempo, Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto. Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto”.
Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacía un lugar cercano a Betania: levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo. Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo, alabando a Dios. Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Nuestra vida cotidiana de cristianos está marcada por estas palabras de Jesús: «Ustedes son testigos de esto». Cada momento de nuestra vida es una oportunidad para poner en práctica aquello que hemos aprendido de Él. El amor a Dios y el amor al prójimo son los signos por los cuales sabrán que somos sus discípulos. Aun así, no debemos preocuparnos por nuestra inconstancia y debilidad. Nos ofendemos, enojamos, herimos a los demás, olvidamos sus palabras. No somos perfectos y Él lo sabe. Por eso Jesús promete enviar el Espíritu Santo para que no estemos nosotros luchando solos, sino que, con su propia ayuda, podamos regresar a Él.
El Papa nos dice al respecto:
«La Ascensión del Señor al cielo, mientras inaugura una nueva forma de presencia de Jesús en medio de nosotros, nos pide que tengamos ojos y corazón para encontrarlo, para servirlo y para testimoniarlo a los demás. Se trata de ser hombres y mujeres de la Ascensión, es decir, buscadores de Cristo a lo largo de los caminos de nuestro tiempo, llevando su palabra de salvación hasta los confines de la tierra. En este itinerario encontramos a Cristo mismo en nuestros hermanos, especialmente en los más pobres, en aquellos que sufren en carne propia la dura y mortificante experiencia de las viejas y nuevas pobrezas. Como al inicio Cristo Resucitado envió a sus discípulos con la fuerza del Espíritu Santo, así hoy Él nos envía a todos nosotros, con la misma fuerza, para poner signos concretos y visibles de esperanza. Porque Jesús nos da la esperanza, se fue al cielo y abrió las puertas del cielo y la esperanza de que lleguemos allí.»
(Homilía de S.S. Francisco, 13 de mayo de 2018).

La paz del cristiano

Santo Evangelio según San Juan 14, 23-29. Domingo VI (C) de Pascua
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió.
Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho.
La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden. Me han oído decir: ‘Me voy, pero volveré a su lado’. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean”.  Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Amor y paz. Son estos los dos núcleos del pasaje de hoy. Uno conduce al otro. Amor. Todavía está en nuestro corazón el recuerdo de la Semana Santa, en que una vez más acompañamos a Jesús en el momento en que presentó, ante el Padre, su espíritu por amor. Aún resuena en nuestros oídos aquel momento en que nos aseguró que nadie tenía mayor amor que el que daba la vida por sus amigos, y lo hemos visto precisamente entregarse por nosotros.
En pocos días celebraremos Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre la Virgen María y los apóstoles. Jesús les hizo saber, antes de su muerte, que estas cosas pasarían. Hoy nos las recuerda para que no perdamos de vista el horizonte.
El papa nos dice al respecto:
«Cada nuevo día en la vida de nuestras familias y cada nueva generación trae consigo la promesa de un nuevo Pentecostés, un Pentecostés doméstico, una nueva efusión del Espíritu, el Paráclito, que Jesús nos envía como nuestro Abogado, nuestro Consolador y quien verdaderamente nos da valentía. Cuánta necesidad tiene el mundo de este aliento que es don y promesa de Dios.»
(Homilía de S.S. Francisco, 26 de agosto de 2018).

La señal de Dios

Santo Evangelio según San Juan 13, 31-33. 3435. Domingo V (C) de Pascua

Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.

Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”. Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

«Creo que la preocupación surge cuando a nosotros, cristianos, nos abruma pensar que solo podemos ser significativos si somos la masa y si ocupamos todos los espacios. Vosotros sabéis bien que la vida se juega en la capacidad que tengamos de “ser fermento” allí donde nos encontremos y con quien nos encontremos, “aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos”. Porque cristiano no es el que se adhiere a una doctrina, a un templo o a un grupo étnico. Ser cristiano es un encuentro, un encuentro con Jesucristo. Somos cristianos porque hemos sido amados y encontrados, y no gracias al proselitismo. Ser cristianos es reconocerse perdonados, reconocerse llamados a actuar del mismo modo que Dios ha obrado con nosotros, porque “en esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros”.»
(Discurso de S.S. Francisco, 31 de marzo de 2019).
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Dios y yo

Santo Evangelio según San Juan 10, 27-30. Domingo IV (C) de Pascua
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno”. Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Aunque cortos y veloces, estos fragmentos evangélicos llevan consigo tal densidad de lo que es nuestra fe cristiana, que jamás comentario o interpretación alguna logrará cubrir su infinita profundidad, porque es una cuestión entre Dios y yo…
Tan solo miremos dentro de nosotros mismos y contemplemos: Cristo es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas… ya es decir mucho que un hombre pueda dar la vida por un simple animal, pues demuestra un amor enorme. Si de este modo nos ama Jesús, que es Dios y hombre, ¿por qué no pensar más seguido en el amor con el que nos ama el Padre?… «Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre».
¿Puede alguien conocer exactamente cómo es en realidad la relación que yo tengo con Dios? ¿Sería acaso capaz de describir cuánto me ama a MÍ? …
«Jesús sana siendo un pastor que da vida. Dando su vida por nosotros. Jesús le dice a cada uno: “tu vida es tan valiosa para mí, que para salvarla yo doy todo de mí mismo”. Es precisamente esta ofrenda de vida lo que lo hace el buen Pastor por excelencia, el que sana, el que nos permite vivir una vida bella y fructífera. La segunda parte de la misma página evangélica nos dice en qué condiciones Jesús puede sanarnos y puede hacer nuestra vida bella y fecunda: “Yo soy el buen pastor, —dice Jesús— conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco al Padre”. Jesús no habla de un conocimiento intelectual, sino de una relación personal, de predilección, de ternura mutua, un reflejo de la misma relación íntima de amor entre Él y el Padre. Esta es la actitud a través de la cual se realiza una relación viva y personal con Jesús: dejándonos conocer por Él. No cerrándonos en nosotros mismos, abrirse al Señor, para que Él me conozca. Él está atento a cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón profundamente: conoce nuestras fortalezas y nuestras debilidades, los proyectos que hemos logrado y las esperanzas que fueron decepcionadas.»
(Homilía de S.S. Francisco, 22 de abril de 2018).

Reconocer la voz del Maestro y ponernos en marcha

Santo Evangelio según San Juan 21, 1-19. Domingo III (C) de Pascua
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?”. Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.

Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.

Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Después de almorzar le preguntó Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”.

Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le respondió: “Sí, Señor; tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Pastorea mis ovejas”. Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería, y le contestó: “Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. ”Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”. Esto se lo dijo para indicarle con que género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: “Sígueme”. Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El maestro ha muerto, resucitó y lo vimos… pero… ¿Ahora qué? Muchos de nosotros nos hemos ido preparando para tener una experiencia espiritual en Semana Santa, así como vivimos la alegría de la Pascua, pero hemos regresado a nuestra barca de todos los días, a nuestras ocupaciones ordinarias. Quizás, como a los apóstoles, nos cuesta ver los frutos espirituales, lanzamos la red y no encontramos pesca.

«Echen la red a la derecha de la barca». Cuando nos sentimos de nuevo en la rutina, el secreto está en agudizar los oídos para reconocer la voz del Maestro. El segundo paso es ponernos en marcha, ir al encuentro del Señor quien, a pesar de haberle fallado tantas veces, está esperándonos con su mirada amorosa y nos pregunta: ¿Me amas más que a éstos? ¿Me amas más que lo que te aleja de mí y te genera sólo una alegría pasajera?

Después de este gran reencuentro personal con el Maestro, la vida de Pedro nunca fue la misma, nunca fue una rutina más, sino que tuvo una misión encomendada por el mismo Jesús. En estos días reencontrémonos con el Señor, con su misericordia. Digámosle que quizás no somos capaces de amarle como lo merece, solo de quererle como Pedro, pero que queremos hacerlo con la mayor intensidad para que nuestra alma sea sanada y, a través nuestro, muchos otros puedan tener la experiencia de conocer a Cristo. También el Señor nos quiere dar una misión. Agudicemos nuestros oídos del espíritu para escuchar su voz.

Ver a Jesús tocando su amor

Santo Evangelio según San Juan 20, 19-31. Domingo II (C) de Pascua

Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.

De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.

Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre. Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Leemos cómo el Evangelio narra las dos apariciones de Cristo resucitado a sus apósteles. Me quisiera detener en la segunda aparición, en donde Jesucristo, después de ocho días, se les aparece a Tomás estando esta vez presente. El Evangelio nos cuenta cómo estaban las puertas cerradas, pero aún así, Jesús apareció en medio de ellos.

Nos puede pasar muchas veces que, después de haber sido testigo de la vida y muerte de Jesucristo, tengamos las puertas de nuestro corazón cerradas. Pero para una persona que ama tanto a otra, esto no es un límite para ella, sino que con más insistencia ama. Cristo conoce perfectamente tus miedos y alegrías, sabe qué es lo que hace que cierres las puertas de tu corazón.

En el apóstol santo Tomás, pasó lo mismo. Él, hasta no ver las llagas y no meter su mano en su costado, no creería, sin embargo, Cristo se dirige a él y lo invita a que haga esa experiencia que le quedaría grabada para toda la vida.

Por eso te invito a que no esperes una experiencia fuerte como la de Tomás, mejor abre a Jesús tu corazón tal y como es; deja que Él sea el que lo transforme. Ten confianza y fe en Él.

«El Evangelio no describe al Resucitado ni cómo lo vieron; solo hace notar un detalle: “Les enseñó las manos y el costado”. Es como si quisiera decirnos que los discípulos reconocieron a Jesús de ese modo: a través de sus llagas. Lo mismo sucedió a Tomás; también él quería ver “en sus manos la señal de los clavos” y después de haber visto creyó. A pesar de su incredulidad, debemos agradecer a Tomás que no se conformara con escuchar a los demás decir que Jesús estaba vivo, ni tampoco con verlo en carne y hueso, sino que quiso ver en profundidad, tocar sus heridas, los signos de su amor. El Evangelio llama a Tomás “Dídimo”, es decir, mellizo, y en su actitud es verdaderamente nuestro hermano mellizo. Porque tampoco para nosotros es suficiente saber que Dios existe; no nos llena la vida un Dios resucitado pero lejano; no nos atrae un Dios distante, por más que sea justo y santo. No, tenemos también la necesidad de “ver a Dios”, de palpar que él resucitó, resucitó por nosotros.

¿Cómo podemos verlo? Como los discípulos, a través de sus llagas. Al mirarlas, ellos comprendieron que su amor no era una farsa y que los perdonaba, a pesar de que estuviera entre ellos quien lo renegó y quien lo abandonó. Entrar en sus llagas es contemplar el amor inmenso que brota de su corazón. Este es el camino. Es entender que su corazón palpita por mí, por ti, por cada uno de nosotros.»
(Homilía de S.S. Francisco, 8 de abril de 2018).

La mirada de Jesús

5º domingo de Cuaresma (C) EVANGELIO El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. + Lectura del santo evangelio según san Juan 8,1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: – Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: – El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó:– Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?

Ella contestó: – Ninguno, Señor. Jesús dijo: – Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

MEDITA LO QUE TE DICE EL EVANGELIO

El Evangelio nos presenta a una mujer “sorprendida” en adulterio, a la que la ley manda apedrear. Los letrados y fariseos se la llevan a Jesús para ver cómo responde. Pero Jesús guarda silencio, omite la condena y vuelca en ella toda la misericordia de Dios, lo que hace que hasta los más viejos del lugar den un paso atrás y se retiren, dejando a la mujer sola con Jesús. “¿Ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno”. ¿Qué ha pasado con esta escena? ¿No ha mirado Jesús el pecado que la mujer ha cometido? ¿También Jesús estará propiciando el adulterio que tanto daño ha hecho a los matrimonios y que ha desbaratado tantas familias?

Jesús conoce bien lo que dice la Ley sobre las mujeres sorprendidas en flagrante adulterio. Percibe también las torcidas intenciones de los escribas y fariseos que colocan ante él a la mujer adúltera. En aquel momento, Jesús sintió una profunda compasión hacia la mujer adúltera y un profundo desprecio hacia sus hipócritas acusadores. Jesús no aprueba el adulterio, pero siente compasión y ama divinamente a aquella mujer adúltera; Jesús no reprueba a la Ley, pero desprecia a las personas que quieren usar la Ley con intenciones egoístas e hipócritas. Jesús condena el pecado de adulterio, pero ama y perdona a aquella mujer, a la que exhorta a no pecar más.

La mirada de Jesús y la mirada de los acusadores son muy distintas. Los escribas y fariseos “utilizan” a la mujer para ponerle una trampa a Jesús y también “utilizan” la ley para lograr sus propósitos. No son capaces de descubrir que hay una persona que sufre y es expuesta al escarnio detrás de sus planes, tampoco son capaces de reconocer que están manipulando y deformando la ley. “Miran” a las personas sólo para utilizarlas, miran la ley, sólo para sacar provecho. Situación muy común entre nosotros: utilizar, manipular, engañar y poner trampas. ¡Qué diferente la mirada de Jesús de la mirada de los acusadores!

Jesús oye la acusación y se le van los ojos al suelo. No quiere mirar a los acusadores porque le duele el pecado no sólo de la mujer sino que siente vergüenza ajena, al intuir la vida de pecado de los acusadores. Jesús se llena de tristeza al ver la citada la ley contra la bondad de Dios. Le indigna que se manipule la vergonzosa situación de una pobre mujer para condenarle a Él, y, tal vez interiormente, le pide perdón a ella por ser causa involuntaria de aquella escena.

La mirada de Jesús es diferente no sólo entonces, también hoy Jesús siente vergüenza ajena, cuando nos oye hablar de “las mujeres de mala vida”, sin recriminar la fila de hombres que han ido comprando esos cuerpos como se compra un esclavo. Jesús siente vergüenza ajena, cuando miramos con desprecio a una madre soltera, sin acordarnos del hombre irresponsable que ha abandonado a su hijo. Jesús se indigna cuando manipulamos la ley de Dios, y las leyes de los hombres, para denigrar, para condenar sin tomar en cuenta los derechos de cada hijo, hija, de Dios. La mirada de Jesús es al mismo tiempo limpia y transparente, pero exigente y provocadora, desnuda al hipócrita y hacer aparecer la verdad.

“El que esté limpio de pecado que tire la primera piedra”. Son palabras muy claras, pero también contundentes. Y, como si no quisiera acusar a nadie, como si dejara a la propia conciencia la decisión, abochornado por la hipocresía humana, Jesús vuelve a mirar a tierra. Es el peor castigo contra el hombre: que Dios no fije en él su mirada. En la mirada va el corazón. ¡Cuántas veces con una mirada comienza todo! Pero si nos escondemos de la mirada de Dios, si nos alejamos de su rostro para continuar nuestras perversidades, nos estamos perdiendo de su bondad.

Así Jesús se mueve en dos campos: la solución de la trampa y el perdón de la mujer. Se sitúa con claridad frente a la realidad del pecado y se manifiesta como aquel que al mismo tiempo lo desenmascara y libera de él. La presencia del pecado está allí, evidente, en el delito del que es acusada la mujer y, más claro, en el comportamiento de los fariseos que se sirven de su persona como de un pretexto y que tienden una trampa a Jesús. Frente al pecado, más duro que las piedras con que intentan lapidarlo, Jesús está también solo cuando la mujer se queda frente a Él.

Jesús no disimula, llama “pecado” a lo que es pecado. Nosotros queremos disfrazar el pecado, nos acostumbramos a vivir en él y lo excusamos, lo justificamos en nosotros y lo condenamos en los demás. La comunidad cristiana debe distinguir el auténtico pecado que separa de Dios y aísla a los hermanos. Debe llamarlo por su nombre, desterrarlo, pero una cosa es desterrar el pecado y otra muy diferente desterrar al pecador. Qué cómodo es juzgar a las personas desde criterios seguros. Qué injusto y fácil es apelar a la ley para condenar a tantas personas marginadas o incapaces de vivir integradas a nuestra sociedad. Cuando Jesús mira a la mujer no la condena, sino que la levanta. Así es Jesús: mira y restaura.

La visión imaginaria de la mujer aplastada por las piedras queda sustituida por la misma mujer que se va, libre, hacia un porvenir que le ha abierto Jesús. ¿Qué pasaría con los acusadores? Ya nada se nos dice, pero al menos ellos no apedrearon a la mujer como quizás lo hubiéramos hecho algunos de nosotros. No porque no tuviéramos pecado, sino porque somos incapaces de reconocerlo. Para los acusadores también es una oportunidad de salvación. Para la mujer es un paso real de la muerte a la vida, como debe ser la conversión de cada uno de nosotros. Es lo que Jesús nos ofrece en esta Cuaresma. Es hacer realidad en nuestra vida el misterio pascual: muerte y resurrección. La mujer adúltera no necesitaba piedras, sino un corazón misericordioso y una mano amiga que le ayudara a levantarse.

Cuaresma es acogerse a la misericordia de Jesús que no vino a condenar sino a salvar, que no nos entrega a la muerte si no que nos otorga nueva vida y liberación. Cuaresma es ponernos solos, sinceramente, frente a Jesús, mirar nuestra vida, sentir su mirada que todo lo penetra y descubrir su mano y su misericordia que nos rescata del nuestro pecado y nos ofrece una nueva vida. Monseñor Enrique Díaz Díaz

CON LOS BRAZOS SIEMPRE ABIERTOS

4º domingo de Cuaresma (C) Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido. + santo evangelio según san Lucas 15,1-3. 11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: – Ése acoge a los pecadores y come con ellos.

Jesús les dijo esta parábola: – Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna». El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.

Recapacitando entonces, se dijo: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.

Su hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo».

Pero el padre dijo a sus criados: «Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado».

Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: «Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud».

Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: «Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo, que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado».

El padre le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado». Palabra de Dios.

MEDITA LO QUE TE DICE EL EVANGELIO:

Para no pocos, Dios es cualquier cosa menos alguien capaz de poner alegría en su vida. Pensar en él les trae malos recuerdos: en su interior se despierta la idea de un ser amenazador y exigente, que hace la vida más fastidiosa, incómoda y peligrosa.

Poco a poco han prescindido de él. La fe ha quedado “reprimida” en su interior. Hoy no saben si creen o no creen. Se han quedado sin caminos hacia Dios. Algunos recuerdan todavía “la parábola del hijo pródigo”, pero nunca la han escuchado en su corazón.

El verdadero protagonista de esa parábola es el padre. Por dos veces repite el mismo grito de alegría: “Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Este grito revela lo que hay en su corazón de padre.

A este padre no le preocupa su honor, sus intereses, ni el trato que le dan sus hijos. No emplea nunca un lenguaje moral. Solo piensa en la vida de su hijo: que no quede destruido, que no siga muerto, que no viva perdido sin conocer la alegría de la vida.

El relato describe con todo detalle el encuentro sorprendente del padre con el hijo que abandonó el hogar. Estando todavía lejos, el padre “lo vio” venir hambriento y humillado, y “se conmovió” hasta las entrañas. Esta mirada buena, llena de bondad y compasión es la que nos salva. Solo Dios nos mira así.

Enseguida “echa a correr”. No es el hijo quien vuelve a casa. Es el padre el que sale corriendo y busca el abrazo con más ardor que su mismo hijo. “Se le echó al cuello y se puso a besarlo”. Así está siempre Dios. Corriendo con los brazos abiertos hacia quienes vuelven a él.

El hijo comienza su confesión: la ha preparado largamente en su interior. El padre le interrumpe para ahorrarle más humillaciones. No le impone castigo alguno, no le exige ningún rito de expiación; no le pone condición alguna para acogerlo en casa. Sólo Dios acoge y protege así a los pecadores.

El padre solo piensa en la dignidad de su hijo. Hay que actuar de prisa. Manda traer el mejor vestido, el anillo de hijo y las sandalias para entrar en casa. Así será recibido en un banquete que se celebra en su honor. El hijo ha de conocer junto a su padre la vida digna y dichosa que no ha podido disfrutar lejos de él.

Quien oiga esta parábola desde fuera, no entenderá nada. Seguirá caminando por la vida sin Dios. Quien la escuche en su corazón, tal vez llorará de alegría y agradecimiento. Sentirá por vez primera que el misterio último de la vida es Alguien que nos acoge y nos perdona porque solo quiere nuestra alegría. José Antonio Pagola